La política educativa no puede ser ajena a los avances en la comprensión de cómo ocurre el aprendizaje. En ese sentido es indispensable observar cómo a lo largo del siglo XX se desarrollaron diversas concepciones del aprendizaje, que tuvieron mayor o menor impacto en las teorías de la educación y en las prácticas de enseñanza. Probablemente los cambios más relevantes sean el cuestionamiento al enfoque conductista, dominante en las primeras décadas del siglo pasado, y a su visión pasiva de la adquisición del conocimiento; además, el advenimiento de la psicología cognitiva, que destaca la actividad del aprendiz en el proceso de construir conocimiento. También surgió la mirada constructivista que planteó la necesidad de explorar nuevas formas de enseñanza que no siempre se han visto reflejadas en las aulas.
Otro aporte que ha enriquecido las teorías de la educación es el enfoque socioconstructivista, que considera relevante la interacción social del aprendiz. El aprendizaje es visto como “participación” o “negociación social”, proceso en el cual los contextos sociales y situacionales son de gran relevancia para producir aprendizajes. En esta perspectiva se reconoce que el aprendizaje no tiene lugar en las mentes aisladas de los individuos, sino que es el resultado de una relación activa entre el individuo y una situación, por eso el conocimiento tiene, además, la característica de ser “situado”.
A diferencia de otros campos del conocimiento, existe una gran brecha que desvincula la investigación y las prácticas educativas. Si bien es cierto que de las teorías del aprendizaje no se derivan recetas unívocas para el salón de clases, es posible e indispensable plantear pautas que orienten a los profesores en su planeación y en la implementación del currículo. En los apartados siguientes se ampliarán las oportunidades que las ciencias de la educación brindan al desarrollo curricular.