El mundo de hoy experimenta veloces y continuas transformaciones cuyo centro se ubica en la generación de conocimiento. En la sociedad del saber, la comunicación de la información y el conocimiento ocurre desde distintos ámbitos de la vida social, pero corresponde a la educación garantizar su ordenamiento crítico y asegurar que las personas cuenten con acceso equitativo al conocimiento y con las capacidades para disfrutar sus beneficios, desarrollando las prácticas del pensamiento indispensables para procesar la información y las actitudes compatibles con la responsabilidad personal y social.
La educación nunca ha sido un simple mecanismo de transmisión-adquisición de conocimientos; involucra el cultivo del razonamiento lógico, el mundo de las emociones, el desarrollo del carácter y de todas las facultades y dimensiones del educando. Desde luego, los contenidos que aporta el conocimiento organizado en disciplinas y que se ha inculcado en la escuela desde el surgimiento del sistema educativo nacional, fueron y serán fundamentales. El desafío, sin embargo, radica en que hasta hace unas décadas “la plataforma global de conocimiento y las bases del conocimiento disciplinario eran relativamente reducidas y estables, lo que facilitaba la labor de la escuela”.
Hoy, en cambio, el conocimiento aumenta y cambia a gran velocidad: “Considerado en conjunto, se calcula que el conocimiento (de base disciplinaria, publicado y registrado internacionalmente) habría demorado 1,750 años en duplicarse por primera vez contado desde el comienzo de la era cristiana, para luego volver a doblar su volumen, sucesivamente, en 150 años, 50 años y ahora cada cinco años, estimándose que hacia el año 2020 se duplicará cada 73 días”
En este contexto de fácil acceso a la información y de crecientes aprendizajes informales, y a diferencia de la opinión de algunos autores que vaticinan su fin 9, la escuela sigue desempeñando una función crucial en la sociedad del conocimiento como institución fundamental para la formación integral de los ciudadanos. Esta afirmación no exime a la escuela de la responsabilidad de transformarse para cumplir su misión en la sociedad del conocimiento y seguir siendo el espacio privilegiado para la formación de ciudadanos. Uno de los objetivos de esta Reforma Educativa es precisamente contribuir a esa transformación.
El presente y el futuro demandan una formación que permita a las personas adaptarse a nuevas situaciones, que les asegure apropiarse de los mecanismos con los cuales podrán desplegar su potencial humano a lo largo de la vida. Para ello se debe desarrollar la comprensión lectora, la expresión escrita y la verbal, el razonamiento analítico y el crítico, la creatividad y, de manera destacada, la capacidad para aprender a aprender. La formación integral de los estudiantes incluye necesariamente estrategias para el desarrollo de sus emociones, oportunidades para hacer deporte y tener contacto con las artes y la cultura en general.
Al mismo tiempo, se hace indispensable incorporar a los contenidos de la educación los aprendizajes que permitirán a las personas vivir en sociedad y aportar de forma constructiva sus saberes. La educación que se necesita en el país demanda la capacidad de la población para comunicarse, trabajar en grupos, resolver problemas y usar efectivamente las tecnologías de la información.
En las sociedades del conocimiento, la educación escolarizada tiene retos nuevos y altamente desafiantes en relación con la información: garantizar el acceso sin exclusiones, aprender y enseñar a seleccionar la que es relevante y pertinente; saber evaluarla, clasificarla, interpretarla y usarla con responsabilidad. Junto con ello, el procesamiento de la información hoy disponible exige, y a la vez posibilita más que nunca, el desarrollo de funciones cognitivas superiores, como el planteamiento y la resolución de problemas, el pensamiento crítico, la creatividad y el desarrollo socioemocional, indispensables en un medio saturado de información. La educación no puede reducirse a la transmisión de conceptos.