Los sistemas educativos han de estructurarse para facilitar sociedades más justas e incluyentes.
En 2014 y en el marco de la Reforma Educativa en curso, la SEP convocó a maestros, académicos, padres de familia, investigadores, alumnos, legisladores, autoridades, organizaciones sociales y en general a toda la población interesada en buscar alternativas que garanticen la calidad de la educación para que expusieran sus puntos de vista en los Foros de Consulta Nacional para la Revisión del Modelo Educativo. Entre los temas abordados ahí hay dos que son críticos para la construcción del currículo: “El reto de educar a los mexicanos en el siglo XXI” y “Qué es hoy lo básico indispensable”. Entre los participantes hubo consenso acerca de que la Educación Básica debe:
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Esta Propuesta curricular incorpora muchos de los planteamientos vertidos en los Foros y se sitúa en el marco de la educación inclusiva, la cual plantea que los sistemas educativos han de estructurarse de modo que faciliten la existencia de sociedades más justas e incluyentes. Y en ese sentido, la escuela ha de ofrecer a cada estudiante oportunidades para aprender que respondan a sus necesidades particulares, reconociendo que ello:
“…no implica la sumatoria de planes individualizados de atención al estudiante desligados y abstraídos de un entorno colectivo de aprendizaje con otros pares, sino movilizar todas las potencialidades en ambientes de aprendizaje con diversidad de contextos. Personalizar es respetar, comprender y construir sobre la singularidad de cada persona en el marco de ambientes colaborativos entendidos como una comunidad de aprendizaje, donde todos se necesitan y se apoyan mutuamente.”
Esta Propuesta responde a reflexiones y debates que los especialistas en desarrollo curricular han sostenido en los últimos años. En particular atiende a la recomendación de que el currículo ha de desarrollar, en cada estudiante, tanto sus habilidades “duras”, aquellas tradicionalmente asociadas con los saberes escolares, como sus habilidades “blandas”, aquellas vinculadas con el desempeño ciudadano, que no responden a la dimensión cognitiva. Es decir, la escuela ha de atender tanto al desarrollo de la dimensión sociocognitiva de los alumnos como al impulso de su dimensión emocional. El currículo ha de apuntar a desarrollar la razón así como el corazón, reconociendo la integralidad de la persona. Es decir, que en el proceso educativo hay que superar la división tradicional entre la dimensión intelectual y la dimensión emocional:
“El bienestar del estudiante, clave para el logro de aprendizajes relevantes y sustentables, requiere de la sinergia entre los aspectos cognitivos, emocionales y sociales, fortaleciendo la idea que la persona y la personalidad no son divisibles en partes abstraídas del conjunto”.
Otro aspecto importante en el desarrollo curricular es la relación entre lo global y lo local. Un currículo que aspire a responder a la diversidad de expectativas y necesidades de todos los educandos debe reconocer los distintos contextos en que operará dicho currículo, así como admitir la heterogeneidad de capacidades de las escuelas para responder a las demandas globales del currículo y a las específicas de su situación local. De ahí que el currículo deba ofrecer espacios de flexibilidad a las escuelas para que estas hagan adaptaciones en contenidos que convengan específicamente a su situación local.
Es preciso hacer notar que la noción de currículo ha evolucionado. Cada vez se concibe menos como una lista de contenidos y más como la suma y organización
de parámetros que favorecen el desempeño de los alumnos y que dan lugar a una particular ecología del aprendizaje.
Entre los parámetros que dan forma al currículo destacan: ¿Para qué se aprende? ¿Cómo y con quién se aprende? ¿Qué se aprende?